Juan de Mairena, en uno de sus parlamentos retóricos, advertía que “por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre”, y cualquier aspiración subsiguiente perdería, de esta forma, todo tipo de sentido añadido que quisiéramos otorgar a un concepto de tamaña dimensión.
Alentado por esta idea, cada mañana, después de entregarme a las primeras palabras compartidas del día, especulo con que todo idioma no puede ansiar otra cosa que mostrarse ante nosotros como herramienta de comunicación y pensamiento en toda su integridad, perdiendo sentido, una vez más, cualquier intento ulterior de acoger distinciones y otros desequilibrios ajenos a la esencia de su propio ser.
Alguno advertirá, en este punto, que los idiomas sí adecúan distintos perfiles o tonalidades en el pensamiento y la idiosincrasia de los hablantes pero, volviendo la mirada al profesor machadiano, todo pensamiento no puede aspirar a poseer más valor que ser pensamiento; del mismo modo que toda opinión no puede dirimirse en verdad, ni en omisión a otras con igual grado de sentido y objetividad.
Vivimos en mundo donde los desequilibrios emocionales, sensoriales e ideológicos dibujan un nuevo espacio fruto de la fricción desaforada de los mismos, y, una vez exagerados, parecen acometer verdades mayestáticas y prejuicios dominantes ante algunas percepciones que mutan y desajustan las de nuestros vencidos, una y otra vez.
Para dar un ejemplo, y esgrimiendo la progresión de comparaciones que nacen con la reflexión del poeta sevillano, toda pertenencia –o aproximación –a una cultura particular en un tiempo y espacio determinados parece vivir condicionada a unos sentimientos, emociones e inclinaciones ideológicas definidos, y el hecho de que estos se adecúen a una especie de norma creada por una supuesta mayoría, o ante un grupo que simula el vuelo de una bandada de estorninos en una tarde de verano antes de posar en conjunto sobre el viñedo elegido, dicta algunos modelos de preferencia y estatus social que destrozan la paridad y la equidistancia sobre conceptos que, tal como vamos dilucidando, no pueden destacar sobre sí mismos.
De este tipo de procedimientos resulta que uno es más patrio, de la patria que se quiera, si utiliza el idioma de una forma u otra asumiendo una sola acepción de la lengua frente a la comunidad, o si traza su personalidad con unos colores u otros; y de esa guisa, ese uno vencedor recoge el testigo del grupo que pía y expone un credo paradigmático, autoritario y superior, siempre superior.
Con este panorama surcando el cielo, vencidos por ciertas influencias y empujados por los citados vendavales, son muchos los que abandonan los supuestos iguales en nombre de alguna supuesta amenaza o desagravio al grupo, y el idioma, como prolongación e instrumento de cada ser, desatiende la darwiniana evolución de las especies para dar vida a esos fantasmas que se precipitan en el tiempo de los tiempos que nunca dan fin a su propio tiempo.
Solo queda luchar, perseverar con el fin de llegar a esa humanidad individual que algunos antropólogos dictaminan no resuelta por la propia Humanidad; solo queda reconocerse ante el prójimo como uno, ser y no más; y solo puedo pedir a gritos, temeroso, que algún día no caiga en la sugerente tentación de reconocer que algunos, por aquello de sentir y pensar mejor, podamos creer, ciertamente, que hay personas que tengan un valor más alto que el que hemos ido conformando, entre todos, en un breve lapso de Universo, a lo largo de todo el Tiempo.
Yosi Tas